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Daniel Meurois
¿Cómo se establece una dictadura?
21 de noviembre de 2020
Lectura 3 mn

A veces me he hecho esta pregunta a lo largo de los años y en mis reflexiones al considerar la historia de nuestra humanidad. Sí, ¿cómo podrían ciertos pueblos, a veces por períodos muy largos, aceptar ser sometidos al yugo de unos pocos gobernantes sin escrúpulos y sus ideologías sin sentido? Debo admitir que esto permaneció un poco abstracto para mí hasta los últimos meses…

Recuerdo las clases de historia y geografía de mi niñez y luego de mi adolescencia… es decir, una época en la que estas dos disciplinas todavía existían de manera real y no en forma de simulacro.

En las páginas de los libros de texto, así como de labios de los profesores, al final sólo nos transmitían hechos… Fulano de tal había tomado el poder en tal o cual circunstancia y el énfasis se puso sobre todo en su personalidad autoritaria. En resumen, parecía darse por sentado que era el temperamento, la fuerza de carácter o la codicia de un general, un rey o un emperador lo que había sido suficiente para llevarlos al poder y convertirlos en tiranos o dictadores. ¡Qué simplificación tan lamentable!

Un hombre, no importa lo autoritario que sea, nunca impone su voluntad si está solo… Necesita un poco de «ayudas». No me refiero simplemente a los intrigantes y ejecutores consejeros cercanos que sabe reunir a su alrededor, sino a la amplia red de hombres y mujeres que se coloca casi automáticamente en el territorio que pretende gobernar a su manera.

¡Sigue siendo una red sorprendente!

De hecho, después de un círculo relativamente pequeño de privilegiados que aspiran a su parte del pastel, suele estar formado por «el señor o señora fulano de tal». Me explico…

Esta red, que por otra parte no es consciente de su realidad, está formada sólo por subordinados, que a su vez tienen sus subordinados, que nombran a otros, etc… para formar finalmente un ejército de colaboradores serviles y esclavos.

La mayoría de los seres humanos, hay que reconocerlo lúcidamente, sufrimos de múltiples frustraciones, frustraciones con las que tratan de consolarse en cuanto se les da lo que parece un poder, por más falso que sea… El poder de tener una fila de gente alineada a lo largo de una pared, de poner carteles de prohibición aquí y allá, de pedir un pase, de hacer que la gente diga sí a regañadientes o en contra de su mejor juicio… Todos conocemos la excusa, cien mil veces gritada como una letanía cada día que pasa: «Ah, lo siento… no soy yo quien decide…»  ¡Nadie es responsable de nada y especialmente no de su complicidad!

Llevando la observación un poco más allá, existe por supuesto el poder cobarde de alentar a la gente a espiar, denunciar o mentir bajo el falso pretexto del «bien colectivo«. La facultad de imponer multas, por supuesto, cuando no somos «buenos ciudadanos«… es decir, no buenos sujetos de acuerdo con la Seguridad del Estado, la madre de todos los abusos «loables».

Ah… aquí vamos… ¡seguridad! El argumento principal de muchos aspirantes a dictadores o que ya lo son … y la seguridad, porque siempre hay miedo en algún lugar de la mayoría de los estómagos humanos. ¿Miedo de qué? De todo. Miedo a vivir, porque vivir significa asertividad y tomar riesgos.

Las dictaduras se construyen sobre estas pocas observaciones… Las pequeñas necesidades del poder individual, los múltiples miedos que hacen la cobardía y, en consecuencia, un servilismo que se acepta plenamente porque es lo suficientemente cómodo… Esto es, en resumen, lo que hace el pan de cada día de todos aquellos que, durante la última guerra mundial, se llamaron «los colaboracionistas«.

Como escribí hace poco tiempo: «Dale incluso un vago uniforme y un pequeño instrumento que dé la ilusión de importancia al primero que viene e inmediatamente ya no se será percibido como cualquiera… sino como un líder creíble al que hay que obedecer«. Vemos ejemplos de esto todos los días.

Así que mi pregunta, molesta, es esta: ¿En qué medida?, en el mundo cambiante de hoy, sí, ¿en qué medida somos colaboracionistas?

¿Somos parte de esta famosa red que transmite una serie de prohibiciones y obligaciones cuyo número de «granos» aumenta día a día? 

Oh… no se necesita mucho para encajar. Es sutil. Sólo tienes que estar siempre de acuerdo, ya que el tono correcto es pensar y luego repetir que todo, absolutamente todo, se decide «por nuestro bien».

Apostemos a que un día esta página – y otras – simplemente será eliminadas de las redes sociales. No te sorprenderás entonces…

¿Quién recuerda esta frase reproducida en muchas paredes en mayo del 68? «Se prohíbe prohibir«.

Medio siglo después, estamos en sus antípodas.

Vamos… No esperemos y miremos hacia arriba y nos lavemos las manos de todo…

¡Levantémonos! ¡No nos conformemos con tan solo mirar el mundo por la ventana!

 

© Daniel Meurois -19 noviembre 2020

 

 

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