El Perdón, un gran olvidado

Se dice que el tiempo lo cura todo…
No hay duda de que es cierto, porque a lo largo de una vida, a menudo y por fortuna, llega a curar algunas heridas. O al menos, las hace menos purulentas (en el marco de la personalidad encarnada).
Sin embargo, existe otro tipo de tiempo, que abarca desde muy alto nuestra percepción común de los años, las décadas y los siglos que se suceden. Es el tiempo de nuestra alma, de su ritmo, ese que acumula la información proveniente de nuestras numerosas experiencias y que queda reflejado en la fabulosa base de datos que constituye nuestro átomo-germen.
Es este tiempo el que cuenta realmente en el contexto de la expresión del karma, porque, el olvido o la atenuación de los recuerdos no significa nada más que un adormecimiento momentáneo de la personalidad egótica.
Si bien la personalidad encarnada puede olvidar o disminuir en gran medida el impacto de una herida recibida o infligida, por encima de ella la realidad vibratoria del alma continúa almacenando sus vivencias. Por más que el olvido actúe como una goma de borrar sobre un escrito, el gesto que ha empujado a escribir permanece en filigrana sobre la página…; sin mencionar sus consecuencias, en forma de una carga energética.
Sí, permanece allí a menos que… A menos que haya sido superado y trascendido por otra energía, por una verdadera fuerza ascensional: la del Perdón. Perdón ofrecido a aquel o aquella que nos haya herido o perdón hacia nosotros mismos, según sea el caso.
Digo «ofrecido» y no «concedido», y con eso espero que comprendamos bien la importancia de la distinción que hay que hacer entre estos dos términos.
Lo que se otorga o se concede siempre será muy diferente de lo que se ofrece, y esto es así porque la energía emitida por la mente común cotidiana y la razón que la caracteriza no son comparables a las que emite el Corazón y su Soplo amoroso.
En realidad, la ignorancia en la que nos estancamos a nivel global, desde lo individual a lo colectivo, ha hecho que no hayamos comprendido, y aún menos integrado, esta verdad fundamental:
La ausencia o falta de Perdón es el combustible de todos los karmas, por lo tanto, de todas nuestras derivas y sufrimientos.
Por supuesto, la mayoría de las tradiciones de nuestro mundo hacen hincapié en el deber del Perdón… Sin embargo, ¿cuántos, creyentes o no, entienden realmente su significado más profundo? La necesidad absoluta de ofrecer el Perdón va mucho más lejos del hecho de adherirse a un credo o a una simple regla moral. Nos remite a la coherencia de lo que llamo ley del Viviente. Un Principio que expresa la Fluidez Esencial de la Vida, en constante demanda de circulación en nosotros.
Podemos comprender con facilidad, creo, que el Perdón es hermano de la Compasión, esa Fuerza de Amor consoladora que permite que nos demos cuenta de que la dolorosa falta de completitud de los demás nos devuelve a la nuestra.
Es fundamental aprender a penetrar en la evidencia según la cual el Uno solo existe por el Dos y que es así como se genera el Tres…, el cual conduce de nuevo al Uno. En otras palabras:
«Solo soy porque Tú eres y por esta razón Nosotros somos».
Es para y por esta Matemática natural y sagrada como el Perdón es el Taumaturgo absoluto que segrega el Amor. Es el primer y último Reconciliador por el que el karma se agota en la ilusión del laberinto cuyos contornos hemos dibujado nosotros mismos.
Tanto los pueblos como los seres que los conformamos, aprendamos no solo a olvidar, sino a Perdonar.
Es la Vía Real la que conviene seguir sin vacilación ni tergiversación para realinearnos, recentrarnos y, mediante la sublimación de nuestros recuerdos, volver a encontrar la Memoria.
Esto es lo que deseo para todos vosotros, para todos nosotros, no como una vaga esperanza proyectada hacia un futuro confuso, sino como una necesidad e incluso una urgencia por encarnar desde este momento.
EL LABERINTO DEL KARMA
Daniel Meurois